«Te voy a contar un cuento para que se lo cuentes a alguien cuando ande en la desgracia….» Más o menos de esta forma empieza don Segundo a contarle a su ahijado el cuento de Juan Miseria… En la novela gauchesca por excelencia «Don Segundo Sombra» de Ricardo Güiraldes... (1886-1927)
Y después de estos comerciales, ahora yo te coy a contar un cuento que hace años le oí a un hermano…
Martina y Renato eran pobres. Pobres habían nacido y vivido en casa de sus padres y pobres seguían viviendo de casados en su casita… Renato no era flojo, pero no le alcanzaba para más el suelo de mediero de la hacienda. Martina sufría viendo a sus dos hijos cuando ponían cara de hambre y no había nada para saciarlos… Pero un día las cosas empezaron a cambiar… Primero fueron los caldos de pollo más seguido en las comidas y aparecieron dos gallinas ponedoras en el corral y un día Martina les compró ropita nueva a los dos niños y un sombrero nuevo para Renato, y eso colmó las sospechas de Renato que le exigió una explicación a Martina del origen de lo que a él le parecía mucha “riqueza”. Martina sabía que tarde o temprano le tendría que decir a Renato y sabía que cuanto antes sería mejor, sólo esperaba que Renato la comprendiera y la perdonara… Así que le dijo que el hijo del patrón se había fijado en ella y que le había prometido ayudarlos si ella le correspondía en amoríos… que no fuera tonta, que se fijara en Juana y en Chona a las que no les faltaba nada, que podría darles mejor vida a sus hijos y ayudar a Renato…. y Martina dijo “pus qué caray, nadie se ha muerto de eso”…. Pero Renato cuando oyó la historia dijo. ¡Cómo fregaos!... Toda la noche le dio vueltas al asunto… Vio la tristeza en Martina, pero también vio a sus dos hijos dormir tranquilos con la panza llena… Muy temprano ensilló el caballo y emprendió el camino… sin rumbo, simplemente ya no podría vivir con Martina…
Ya iba lejos cuando empezó a salir el sol. Sin dinero y con hambre, porque el hambre casi siempre tiene la costumbre de andar nomás con los pobre, volteó a todos lados a ver si veía por lo menos un barbecho para cortar unos elotes o aunque fuera una caña, o algún árbol con fruta… Lo que vio, no muy lejos, fue un caballo atado a unos arbustos y hombre atizado una lumbrada donde calentaba un olla… “Café caliente”, pensó Renato.
El “buenos días” de Renato sonaba a petición y así lo entendió el hombre y lo invitó al café y unos panes que llevaba… Renato notó el buen vestir del hombre y la elegante montura y el ajuar del caballo, por lo que supo que estaba en la presencia de alguien importante o por lo menos muy rico… y que parecía como que lo estaba esperando.
Cuando el hombre le preguntó a Renato que rumbo llevaba… Renato le dijo que iba sin rumbo fijo, y de inmediato le contó el motivo de su huida, y por qué abandonaba a su mujer y a sus hijos… Muchas preguntas le hizo el hombre rico a Renato: que si Martina era mala, que si creía que era una mujer ligera, si creía que lo que había hecho Martina fue por maldad o por aliviar la pobreza de su familia… y se enteró de que en realidad vivían muy pobres..
Después de un rato los dos hombres siguieron su camino, ahora juntos. Por un rato no se dijeron nada, cada quien iba metido en sus pensamientos, pero de pronto el hombre rico le dijo a Renato:
Se me ha ocurrido una idea para ayudarte a salir de tu pobreza. Acércate y mira lo que traigo en esa alforja… A cada lado de las ancas del caballo del hombre colgaban dos alforjas, una traía comida, la otra estaba repleta de monedas de oro, resplandecientes y grandotas como ojos de bueyes, eran por lo menos cien monedas … A Renato le brillaron los ojos..
−Yo tengo mucho dinero, soy muy rico y estoy dispuesto a regalarte esa bolsa con todo el oro que ves, pero con tal que me hagas un favor….
−“Lo que quiera”, dijo inmediatamente Renato…
−Llevo varios días de camino y no he encontrado mujer ninguna, te doy todo ese oro si me dejas saciar mis instintos contigo… Renato no dijo nada, su cara se puso roja y el coraje le saltaba por los ojos en la mirada de odio que le clavó al hombre, jaló la rienda, clavó las espuelas y cambió de rumbo… El hombre no se movió, lo estuvo observado cómo se alejaba… Después de un rato vio que Renato detenía su caballo, volteó la mirada, luego lentamente dio vuelta a su cabalgadura y regresó paso a paso… Cuando estuvo frente al hombre dijo como le había dicho Martina al hijo del hacendado: “pus qué caray, nadie se ha muerto de eso” y bajó del caballo dispuesto a ganarse aquel oro, pero el hombre rico no bajó del caballo, lo vio como burlesco, como con lástima….
−¿Te das cuenta, Renato¡? Tu mujer hizo algo por su familia, casi obligada, pero hizo algo que va con la naturaleza, y por temor al patrón, pero tú, siendo hombre, por el puro interés al oro estás dispuesto a ir contra tu naturaleza y sacrificar tu virilidad… por el puro interés de una bolsa de oro… ¡Qué clase de hombre eres! ¿Y así condenas a tu mujer?
El cuento termina diciendo que Renato regresó con su familia, que perdonó a Martina y que vivieron muy felices… Nada dice el cuento si aquel hombre rico era un ángel o era un demonio, ni nos dice el cuento si Renato regresó con la bolsa de oro o no…
Lo que sí dice bien claro el cuento es que muy fácilmente juzgamos y condenamos las actitudes y procederes de los demás sin tratar de entender a fondo, y que muchas veces cuando el hermano lo que necesita es nuestro apoyo y compresión le restregamos en la cara nuestro desprecio y nuestro odio…
Colorín colorado… Salud y saludos que te aproveche