Te lo paso al costo. ¿21 o 28 gramos?

 

Mientras que algunos dudan de la existencia del alma, otros están tan seguros de su existencia que hasta han querido pesarla y fotografiarla.
Ese fue el caso del doctor Duncan MacDougall, de Haverhill, Massachusetts, que traía una idea bien metida en la cabeza: quería pesar un alma… Por fin en marzo de 1907 El New York Times y el Washington Post informaron de los resultados de los experimentos de doctor para probar la existencia física del alma.
En una casa para tísicos encontró varios hombres voluntarios que estaban muriendo de tuberculosis. Cuando se acercaba su última hora, MacDougall colocaba a sus sujetos, todavía en su cama, en una enorme balanza de cruz para ver si había algún movimiento en el momento de la muerte. Cuando su primer sujeto emitió su último suspiro, MacDougall informó: «Coincidiendo repentinamente con la muerte, el brazo de la balanza cayó con un toque audible al golpear la barra limitante inferior y permaneció allí sin retornar». Para volver a equilibrar la balanza, MacDougall tuvo que poner dos piezas de un dólar, que pesaban 21 gramos, en el brazo de la balanza en la que estaba el muerto. Allí estaba el resultado: El ama pesa 21 gramos. Aunque otros cinco experimentos posteriores no resultaron concluyentes, MacDougall quedó convencido, y más porque al hacer el experimento con perros, en ningún caso advirtió ninguna pérdida de peso al morir éstos, lo que probaba, a satisfacción de MacDougall, que los animales no poseen alma. Las noticias en los periódicos abrieron un serio debate… que no ha terminado. el primero en poner en duda el experimento de MacDougall fue el médico Augusto P. Clarke, quien dijo que en el momento de la muerte, los pulmones dejan enfriar la sangre, haciendo que la temperatura del cuerpo se eleve ligeramente, lo que hace que el sudor de la piel se evapore, lo que representa la falta de 21 gramos del Dr. MacDougall.
MacDougall argumentó que la circulación cesa en el momento de la muerte, por lo que la piel no se calienta por el aumento de la temperatura. Ese debate duro casi hasta el final de 1907, y ambos lados tenían partidarios.
Y cuando ya aquello parecía haberse olvidado, en 1911 apareció la noticia en el New York Times que esta vez McDougall no iba a pesar un alma, sino que la iba a retratar en el mismo momento en que fuera saliendo del cuerpo del difunto..
Advirtió McDougall que había el riesgo de que “la sustancia del alma, en el momento de la muerte podría estar “agitada” y no pudiera ser fotografiada, pero logró llevar a cabo una docena de experimentos en los que fotografió “una luz parecida a la del éter interestelar” en o alrededor de los cráneos de los pacientes en los momentos que murieron.
El mismo MacDougall falleció y se fue a unir en el éter interestelar en 1920, pero su idea siguió con un pequeño gru po de partidarios ardientes, y un gran grupo de contrarios escépticos que no podían creer que, lo que ellos llamaban “farsa”, durara tanto.
Sin embargo, aunque parezca un experimento loco, la idea ha persistido y los 21 gramos que pesa el alma es un dato que ha aparecido en novelas, canciones y películas.
Dan Brown, el del Códice Da Vince, describió los experimentos de MacDougall con cierto detalle en su historia de aventuras “El símbolo perdido”
y muchos han visto la película “21 gramos” (2003)… dirigida por Alejandro González Iñárritu.

Sería un buen negocio pesar las almas… y hasta vender dietas…. yo no digo que sea posible ni que no sea, simplemente te lo paso al costo………..

Si te interesó el tema… Poco después de escribir esto me encontré un artículo sobre el tema en una revista española, (Alrededor del mundo) de 1907 y aquí te lo paso completamente al costo,

PESANDO EL ALMA EN BALANZAS
Más datos sobre las experiencias de Boston.

Pesando el alma de una moribunda Ya hemos dicho, no hace mucho tiempo, que unos médicos yankis hablan realizado nota
bles experiencias dirigidas a averiguar si el alma era una substancia ponderable como lo es la bilis, póngase por caso. También dijimos que los tales sabios estaban locos de contentó por haber descubierto que el alma humana pesaba unos 30 gramos; hallazgo hecho pesando a los individuos antes de morir é inmediatamente después del óbito. Hoy leemos en una revista científica de Nueva York detalles completísimos acerca de tan curiosos experimentos, y que vamos a condensar en unas cuantas líneas.
Dichas pruebas las efectuaron en el “Hospital Cullis para tuberculosos”, de Boston, los doctores Duncan Macdougall, Sproule y otros dos o tres muy afamados galenos norteamericanos. Para llevarlas a cabo, fueron colocadas las camas de los pacientes sobre platillos de balanzas perfecta mente equilibradas y en extremo sensibles. En los seis casos observados, durante el transcurso de dos años y medio, se procedió siempre de este modo: instala do el enfermo en la balanza se comprobaba su peso, y una vez iniciada la agonía, los médicos iban observando cuidadosamente todas las pérdidas de peso ofrecidas por el moribundo, á causa de las diversas secreciones. Estas pérdidas, evaluadas en 28 gramos por hora, se compensaban cada cuarto de hora, poniendo en el platillo libre, las pesas equivalentes, de modo que permaneciera inalterado el primitivo. He aquí como describe Duncan Macdougall, los resultados de la primera experiencia: “Al llegar el momento supremo, el brazo de balanza correspondiente a las pesas, bajó con rapidez produciendo un choque sobre la plataforma de sustentación. Entonces vimos que el cuerpo había perdido exactamente 28 gramos. En las dos defunciones estudiadas luego no fue tan grande la pérdida de peso, aunque sí lo bastante para que no nos quedaran dudas sobre el hecho. Tratando de averiguar las causas del sorprendente fenómeno, fuimos revisando una a una cuantas podían parecemos admisibles. Por si la pérdida de peso se debía al aire expelido de los pulmones al ocurrir la expiración, pesamos el aire. Vióse entonces que medio litro de aire pesaba 10 gramos; razón por lo cual, la pérdida de peso sufrida por el cuerpo, siempre superior a esa cifra, no podía ser atribuida a la salida del aire. Además advertimos que subiéndonos sobre los platillos de la balanza, y aspirando a plenos pulmones, no se señalaban diferencias de peso.
En vista de todo ello, era preciso convenir en que al morir el hombre se separa de él una substancia que pesa, si bien carece de la forma y otras propiedades de las substancias conocidas.”
Ocupándose el Doctor Sproule de las pruebas de referencia, se expresa así: “Fue aquel (el primer experimento) uno de los momentos más sensacionales de mi vida. Hablamos estado espiando la agonía del enfermo duran te cinco horas, Al llegar la muerte se contrajo la fisonomía del mísero. Todo había acabado. Simultáneamente dejó oír su sonido el platillo de la balanza, cuyo equilibrio restablecimos con ayuda de dos medios dólares de plata.
Pero como caso notable, debo mencionar el tercero de nuestras experiencias. Tratábase de un individuo de complexión atlética y de carácter indolente.
Al cesar la vida no hubo por el pronto alteración alguna en los platillos.
Nosotros nos miramos, interrogadores, aunque sin atrevernos a abrir los labios.
Aquello parecía significar el fracaso de nuestros ensayos.
De pronto se inclinó el platillo de los pesos, indicando la consabida pérdida d e los veintitantos gramos. Había,
pues, que atribuir el retraso en la manifestación del fenómeno á que, tratándose de un individuo flemático, tardo de pensamiento y de acción, el alma había permanecido detenida en el cuerpo, después de la muerte, sin resolverse á salir durante un minuto o más, que es lo que tardó en ser consciente de su liberación.” Continuemos ahora poniendo en conocimiento del lector curioso, que el tercer caso fue una mujer de 30 años, de cuerpo menudo y reducido peso (unos 49 kilogramos escasos). Al expirar la enferma no acusaron las balanzas sino una pérdida de
14 gramos. Por lo cual los buenos doctores hubieron de pensar que, o bien el sexo débil posee un alma mitad por mitad más chica que la del hombre, lo que no debe ser cierto, evidentemente, o bien que el peso del espíritu guarda relación con el del cuerpo, sin distinción de sexo, lo que parece más admisible. ¿Verdad, amables lectoras?
“No cabe, pues, duda, — concluye diciendo el ya citado doctor Sproule — respecto a ese punto.
El alma pesa; el alma ocupa un espacio determina do dentro del organismo. ¿Dónde se alberga? ¿Qué forma reviste? Misterios son estos que alguien podrá quizá revelar en su día. Yo creo, por mi parte, que se trata de una substancia tan sutil que no puede ser encerrada dentro de ninguno de los materiales de que dispone el hombre. El alma debe ser algo asi como los rayos X, capaces de atravesar las substancias más densas. Por tanto, a mi juicio, aunque fuere encerrado el cuerpo de un moribundo en una caja de acero no podría impedirse que, ocurrida la muerte, volase el espíritu hacia el Creador.” Y piensa muy juiciosamente el doctor Sproule.
Agreguemos para mayor ilustración del ¡asunto, que los experimentos a que nos referimos han sido extendidos al reino animal, siendo) pesados después de su muerte hasta dos docenas de perros, conejos y ratas. En ninguno de los casos se advirtió pérdida de peso alguno, circunstancia que, parecería confirmar la exactitud de las teorías de los doctores Duncan Sproul, pues claro es que no pueden acusar los animales la pérdida de lo que no poseen. Los experimentadores no dan, sin embargo, valor, a estos segundos ensayos, fundándose en que para poder observar a los bichos hubo necesidad de propinarles drogas, con lo que se alteró el proceso normal de la muerte.

Acerca de licvidriera

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