COSAS QUE NO HACE DAÑO SABER…. Anestesia, Ornitorrinco, Premio Nóbel

Por: Aristócrates Botello

LA ANESTESIA.

Horace Wells, un dentista americano, fue el primero que tuvo la idea de utilizar óxido nitroso, conocido como gas de la risa; como anestésico. Dicho gas se había hecho popular desde 1799. En 1844 Wells había asistido a un «jolgorio de gas de la risa» fiestas en la que los invitados se divertían aspirando óxido nitroso, allí y presenció el dentista cómo un joven que se cayó contra un banco y se rompió ambas piernas seguía riendo feliz como si no sintiera dolor. Wells empezó a utilizar óxido nitroso en su propia práctica, pero cuando organizó una demostración de “extracción dental sin dolor” ante estudiantes de medicina en el Hospital General de Massachusetts en 1845 no utilizó suficiente gas y el paciente aulló de dolor. Los estudiantes lo abuchearon y abandonaron la sala de conferencias gritando «¡Embaucador!».

Amargado y caído en desgracia, Wells abandonó la profesión de dentista y se convirtió en viajante de comercio. Pero nunca abandonó su interés por la anestesia, y se embarcó en numerosos experimentos en sí mismo, no sólo con óxido nitroso, sino también con éter y cloroformo. Claro que las “sensaciones de alborozo” que experimentaba formaban parte del atractivo. Tanto inhalar gases le produjo daño y cambios en su personalidad, y en enero de 1848 fue arrestado después de salir corriendo a la calle y lanzar ácido sulfúrico a dos mujeres. Fue recluido en la prisión en Nueva York, donde, recuperó la razón, y lleno de remordimientos, se cortó con una navaja la arteria femoral de su muslo izquierdo, inhaló algo de cloroformo y se desangró hasta morir.  Su suicidio coincidió con su aclamación por la Sociedad Médica de París que lo reconocía como descubridor de los gases anestésicos. Pero también ese honor le lo perdió cuando, en 1921, el Colegio Americano de Cirujanos declaró que el primero en usar anestesia en la cirugía no fue Wells, sino el médico americano Crawford Long, quien en 1842 había usado éter mientras extirpaba tumores del cuello de un paciente y amputaba el dedo gordo del pie de un muchacho

 

EL ORNITORRINCO…

Un bicho raro.     

EN 1799, el encargado del departamento de historia natural del Museo Británico era el botanista George Sahw  y a él le entregó un animal… o cosa…. el capitán John Hunter que era gobernador de Nueva Gales del Sur.

El animal por el cuerpo parecía un topo grande, pero la cola parecía de castor y, para colmo, en la cara tenía un pico como de pato.  Shaw describió la criatura en los libros, pero no pudo dejar de añadir que aquello parecía una broma o por lo menos una falsificación….  Así lo escribió: «imposible no albergar algunas dudas acerca de la naturaleza genuina del animal, y suponer que en su estructura se pudieran haber practicado algunas artes de engaño».

Otros naturalistas estuvieron de acuerdo con él, sospechando que se trataba simplemente de otra más de aquellas «imposturas monstruosas que los taimados chinos habían practicado con tanta frecuencia a costa de los aventureros europeos». Travesuras que les hacían. (Conocí una familia en Guadalajara que conservaba una “sirena” disecada que el señor obtuvo en un viaje a Filipinas. No pasaba de las doce pulgadas, con mucha imaginación se podía ver una sirenita, aunque más parecía un pez arreglado, pero le sacaron 5,000 pesos mexicanos en los años 50s….) Así que no era raro que en años anteriores se traficara con engaños, por eso desconfiaba el encargado del Museo de que el Ornitorrinco, animal tan extraño, fuera genuino. Pero poco a poco fueron llegando más y más ejemplares y comprendió que se trataba de un animal genuino, por más extraño que pareciera ese mamífero peludo, que produce leche y tiene un pico parecido al de un pato y un espolón venenoso en la pata posterior, y que además desafía a la naturaleza al poner huevos en lugar de parir crías vivas… Si eso fue en 1799, todavía en nuestros días la Naturaleza nos sigue asombrando con nuevos animales en las selvas y en el fondo de los mares…

 

 

El premio Nobel de Literatura 2017 fue otorgado al británico Kazuo Ishiguro por sus “novelas de gran fuerza emocional”, que han descubierto “el abismo más allá de nuestro ilusorio sentimiento de conexión con el mundo”, así lo dijo la Academia sueca.

Ishiguro es autor de ocho libros, entre las que destaca “The Remains of the Day” (1989), cuyo título en español es “Los restos del día”, pero más conocido como “Lo que queda del día”, que fue el elegido cuando la novel ase hizo película protagonizada por Anthony Hopkins en 1993.

Los temas más recurrentes en su obra, explicó la Academia sueca, son la memoria, el tiempo y el autoengaño.

Ishiguro también  ha escrito ciencia ficción:   “Never let me go” 2005, (“Nunca me abandones”); y en su último trabajo,   “The buried giant” 2015, (“El gigante enterrado””;

La academia al otorgarle el premio dijo que Kazuo Ishiguro exploró “cómo la memoria se relaciona con el olvido, la historia con el presente y la fantasía con la realidad”.

Ishiguro nació en 1954 en Nagasaki y vivió en Japón hasta los cinco años. En 1960 su familia se trasladó a Inglaterra, donde su padre trabajó como oceanógrafo.

Kazuo estudió Filología Inglesa y Filosofía en la Universidad de Kent y participó en un curso de escritura creativa en la Universidad de East Anglia, momento en el que empezó a publicar cuentos. En East Anglia recibió una marcada influencia del novelista Malcolm Bradbury, quien había fundado e impartido dichos cursos doctorales de escritura creativa.

La primera novela de Kazuo Ishiguro, “A Pale View of Hills” (“Pálida luz en las colinas”) fue publicada en 1982 y con ella obtuvo el premio Winifred Holtby Memorial, pero fue en 1988 con “The Remains of the Day” cuando se consagró tras ganar el Booker Prize..

Otros libros de Kazuo Ishiguro: Un artista del mundo flotante (1986); El desconsolado (1995); Cuando fuimos huérfanos (2001); Nunca me abandones (2005).

También ha escrito relatos cortos y guiones para cine y televisión.

 

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Acerca de licvidriera

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