DE MÚSICO POETA Y LOCO… Un cuento (segunda de tres partes)

ROMUALDO Y JULIA

(CUALQUIER PARECIDO CON ROMEO Y JULIETA ES PURAMENTE INTENCIONAL)

 La primera se publicó ayer, esta es la segunda parte

………………………………….

– ¿Ya estará el té?

Doña Julia no contestó, pero a los pocos segundos dejó el tejido y fue a la cocina para volver al rato con dos tasas de té ya endulzado con miel. Sólo que cuando regresó ya no encontró a don Romualdo en la sala, donde estaban, porque había ido a sentarse en el patio de dentro junto a la huerta. La tarde era caliente, oscurecía tarde y las nubes empezaban a formarse en el horizonte. «Mañana va a llover», pensó don Romualdo. Las yerbas, recién regadas, soltaban sus aromas, que se mezclaban con el olor a tierra mojada. Los pájaros, en las jaulas, cantaban sus últimas canciones del día, pronto los llevaría al pasillo doña Julia para que durmieran. Sólo una vez en todos los años los había dejado fuera y fue el día que le dieron los dolores a don Romualdo. Con las carreras de los remedios y la visita del doctor y velarlo toda la noche, ni siquiera se acordó de decirle a alguien que metiera sus pájaros. Como que los cenzontles se alborotaron cuando la vieron venir con las tasas de té… no era comida para ellos.

¿Por qué te viniste para acá?

– Porque al rato viene Josefina con sus muchachos y no se están en paz y no le gusta que se los regañen.

– No creo que vengan hoy, ya es tarde.

– Mjum.

– La nieta que más nos visita y no la quieres.

– Porque nomás viene a ver que se lleva…

– Como si hubiera tanto que se pudiera llevar.

– ¿No se llevó unas fotos el otro día?

– En todo estás. ¿Cómo sabes que se llevó fotos, si ni nunca te interesas en ver fotos.

– Pos, ya ves.

La verdad era que últimamente don Romualdo si se había interesado en ver fotos, sobre todo de las antiguas y nada menos ayer había notado que le faltaban unas fotos de cuando estaban jóvenes él y doña Julia y había oído a Josefina hablando algo de fotos.

–Esas fotos se las llevó que porque va a tratar de que las retoquen y las hagan grandes.

– Mjmm…¿Y ora para donde vas?

– Voy a meter los pájaros.

– Qué ¿no va a venir nadie hoy a ayudarte?

Todas las tardes iba alguna de las hijas a ayudarles con los quehaceres de la casa y siempre había un nieto que se quedaba a dormir con ellos.

– Pos que se fueron todos a la boda de Jesús el de Cipriano. Le dije a Chuyo que mejor no viniera, porque a lo mejor iba a venir a deshora de la noche.

– ¿Cómo dices?

– Que no va venir nadie. -Gritó doña Julia desde el pasillo donde estaba acomodando la jaula de los cenzontles-

– Se te va a enfriar el té. -Había ternura en al voz de don Romualdo. No le gustaba ver a doña Julia «trajinando» todo el día. Doña Julia no dijo nada. Se sentó y tomó unos tragos de té.

– No debiste haber regado las yerbas, va a llover.

– Para las lloviznitas que caen, ni siquiera se alcanza a mojar la tierra.

Se quedaron callados por un largo rato. Desde donde estaban sentados, antes se alcanzaba a ver el cerro del Tecomate; luego empezaron a hacer casas de alto y bardas altas y ya no se veía nada, pero para ese lado se habían quedado mirando los dos. Hacía muchos años, muchos, que habían salido del rancho y se habían ido a vivir al pueblo, pero siempre añoraban «su rancho», aunque ya no tenían casi nada de terrenos. «Todo se acabó. Como las cuatro milpas. -decía don Romualdo- hasta la casa se cayó». De cualquier modo, ya el rancho no era el mismo que antes. «Aquello era un pueblo». -decía don Romualdo al que quisiera oírlo platicar de los viejos tiempos- «Había mucha gente. Ahora todas las casas están cayéndose. Ya no hay ni caminos«.

– Tengo ganas de ir a La Cruz; le voy a decir a alguno de los muchachos a ver si nos llevan. Ya hace tiempo que no vamos. -Doña Julia sonrió, pero no dijo nada. Estaba pensando lo mismo.- Si hubiera panteón en La Cruz, me gustaría que me enterraran allá…

– ¿En ese rancho solo?

– No está tan solo…

– Oh, de veras. Todavía vive allá tu comadre.

– ¿Cuál comadre?

– Tu comadre Margarita.

– También es tu comadre. -dijo don Romualdo, mientras daba el último trago al té- Ahí vienen otra vez tus gatos. –continuó queriendo cambiar el tema, pero doña Julia no le hizo caso-.

– Pero siempre fue más comadre tuya.

– Hmmm. -Sentía la mirada insistente de doña Julia-.

La comadre Margarita había sido la primera novia formal de don Romualdo, aunque más que novia fue su primer intento de una aventura amorosa, porque a la que siempre quiso, desde niño, fue a doña Julia. Nadie dudaba que Romualdo y Julita iban a terminar siendo esposos; lo sabía todo el rancho, por eso cuando Margarita le empezó a hacer «ojitos» a Romualdo, muchos se lo tomaron a mal y desde entonces le vino la fama de mujer ligera, aunque a nadie le constara nada seguro, pero sí llegó a perturbar al jovencito Romualdo que una vez planeó «robársela», mal aconsejado por unos del rancho Viejo. Un día la estaban esperando en el pozo del tío Darío con caballos y listos para robársela cuando ella fuera al agua. Hasta hubo quien entretuviera a don Doroteo, el papá de Margarita. Pero algunos supieron y Romualdo no pudo lograr su intento. Recibió una buena regañada del papa Hilario y ahí quedó todo. Los del rancho Viejo siguieron rondando la casa de Margarita para robársela, porque un tuerto que decían que ya hasta debía muertes andaba terco a robarse a Margarita, ya no para Romualdo, sino para él y hasta se la tuvieron que llevar al pueblo para esconderla porque esos del rancho Viejo tenían muy mala fama. Luego Romualdo volvió arrepentido con Julia y muy jóvenes se casaron. Margarita también se casó y doña Julia nunca le volvió a recordar a Romualdo nada de Margarita, a la que le bautizaron ellos el primer hijo, haciéndose compadres sin que doña Julia pusiera ninguna objeción. Por eso no entendía don Romualdo el que ahora, después de tantos años, doña Julia volviera a revivir cosas dejadas muy atrás en el pasado. «¿Sabría algo?»

– ¿Por qué traes tanto a Margarita en tus pláticas últimamente? -preguntó don Romualdo, esperando aclarar de una vez por todas lo que traía doña Julia, pero sin sospechar lo que iba a venir-

Porque en realidad nunca me cayó bien tu comadre.

– Nunca se lo demostraste. Siempre se trataron bien.

– Pero nunca me gustó la forma en que se trataban tú y ella, hasta delante de mi compadre Mateo.

– Siempre ha sido alegre y un poco llevada.

– Lo que yo quiero saber, antes de morirme, es hasta donde llegaron sus llevadas.

– Pero Julia, ¿a estas alturas vas a venir con celos?

– Llámele como guste y quiera –los dos sufrían con esa conversación-, pero ya sufrí mucho tiempo con esa duda y quiero que ahora sea el día en que me diga usted la verdad.

– Pero ¿cuál verdad?

– ¿Hubo algo entre tú y Margarita?

– Tú sabes lo que hubo -contestó calmado don Romualdo, pensando que la cosa no llegaría a mayores-.

– Y usted sabe bien que no es a eso a lo que me refiero, señor. Yo nomás quiero saber si hubo algo entre ustedes o no, porque uno de mujer casi nunca se equivoca en esas cosas.

Como que había tristeza en la voz de doña Julia y le estaba costando trabajo dirigirle la palabra a don Romualdo.

Había algo de aquel rubor de hacía muchos años cuando le dio el ««.  «Con tal que de veras me quiera usted». Había dicho Julita, cuando Romualdo le preguntó si quería casarse con él. El nervioso Romualdo ni siquiera pudo contestar, porque la garganta se le había hecho nudo de gusto y de emoción, «y que no quiera a ninguna otra«. Terminó Julita con la cara colorada y más bonita que nunca. Sin más qué decir se había ido cada cual para su casa, los dos llenos de gusto. Julita sabía que el quererse robarsee a Margarita había sido sólo una locura de muchacho de Romualdo y que en realidad los del rancho Viejo sólo estaban usando a Romualdo, como después se vio cuando siguieron insistiendo en robarse a Margarita.

Nunca dudó Julita del amor de Romualdo, porque se habían querido desde muy niños. Habían crecido juntos en el rancho y su amor había crecido día tras día, año tras año. «Cada año son más bonitos los mirasoles» -le dijo Julita a Romualdo una tarde que se habían encontrado en el potrero de los bueyes. «Como tú, Julita«, dijo Romualdo sin pensar, pero luego se puso colorado y fue a cortar un buen ramo de mirasoles, se lo dio a Julita y ella le dio un beso rápido en el cachete, el primer beso. Desde ese día Romualdo siempre que podía le llevaba mirasoles, aunque no siempre había besos.

Después de viejos, cuando ya vivían en el pueblo, sembró doña Julia mirasoles y crecieron bonitos y nadie supo nunca porque los cuidaba tanto doña Julia; sólo don Romualdo sabía y, a escondidas de doña Julia, también los regaba. Con el pasar de los años las manifestaciones de amor y de cariño eran diferentes, pero los dos sabían que el cariño y el amor no sólo no se habían acabado, sino que con los años eran más profundos y sinceros.

Ahora que doña Julia le preguntaba esas cosas del pasado, sabía don Romualdo que una mentira no lo salvaría de las sospechas de doña Julia; por otra parte, él también había pensado algunas veces que doña Julia merecía saber la verdad, aunque nunca tuvo el valor para confesársela, pero muchas veces vio en los ojos de doña Julia algo que la atormentaba y él creía saber lo que era, por eso comprendió que ese sería el día en que descubriría su secreto, la única cosa que creía que le había ocultado a doña Julia. Allá muchos años atrás, también junto al pozo del tío Darío, porque allí era donde se encontraban los novios, allí junto aquel varadúz que luego tomarían como su árbol, allí le prometió a Julita que nunca iba a querer a otra, mas que a ella. Pero ¡que caray!, a Margarita no la había querido en realidad.

 

Terminará mañana….

 

De «Cuentos para arrullar a la humaniad cansada» de Mario Soto Centeno

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Acerca de licvidriera

Leo, medito, escribo, vivo y escribo en la eternidad
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3 respuestas a DE MÚSICO POETA Y LOCO… Un cuento (segunda de tres partes)

  1. Que preciosa historia, con esos cariños tiernos y tranquilos que solo se consiguen con años de convivencia (con sus buenos y malos momentos). Estoy deseando leer la tercera parte, querido Licenciado.

  2. licvidriera dijo:

    Mañana tempranito, hora de Los Ángeles. Gracias por leer

  3. ¡Pues es verdad! Con la emoción había olvidado los husos horarios…

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