El Hijo del Padre… (Sin el Espíritu Santo) Novela en entregas

 

 

 

Primera entrega.

Lunes  5:45 am

Al padre Jorge no le gustaban los despertadores. Por orgullo y vanidad los rechazaba, por costumbre no los necesitaba. Trece años de levantarse diario en el seminario, “lloviera o tronara”, al toque de las tres campanadas de las 5:45, lo habían acostumbrado. Quince años después del seminario seguía la rutina de levantarse todos los días, “llueva o truene”, a la misma hora.

“Nos programaron en el seminario”, solía decir con un mal fingido tono de queja, al comentar que no podía dormir ni quedarse en la cama más allá de esa hora. Su fingida queja era la forma de presumir de su diario madrugar. “El que no se levanta con entusiasmo cada día, es porque no tiene metas que alcanzar; es el que no lleva una dirección determinada en su vida; es el que no sabe vivir, o no quiere vivir”. Lo había dicho hacía muchos años con la convicción del que quiere convencerse a sí mismo, cuando estudiaba filosofía en el seminario y criticaba a algunos de sus compañeros que ya no se levantaban a las tres campanadas; aquellos que ya nomás llegaban a la hora del desayuno con los ojos hinchados y el pelo remojado, sin asistir a primeras oraciones, sin hacer la media hora de meditación diaria y sin asistir a la santa misa. “Intelectuales-existencialistas-güevones”. Lo que había dicho entonces lo seguía viviendo por tradición, por rutina y un poco por convicción.

Después del seminario casi siempre durmió cerca de relojes de campanario, cosa que un día de repente no encontró muy agradable. “La pinche campana rigió nuestras vidas durante todo el seminario. Desde las tres campanadas del levanto en la mañana hasta las tres del “gran silencio” por la noche, era un sonar de la campana todo el día: campana, para el desayuno, campana para el estudio, para la clase, para el recreo, para la comida, para la siesta, para el rosario, a todas horas regidos por la campana, como los borregos, porque a las campanas seguían las filas: en fila marchábamos a la capilla, al salón de clase, al comedor. No por nada decían algunos que las campanas y las filas eran instrumentos par air doblegando voluntades, lavando cerebros Y cuando yo pensaba que ya me había liberado, sigue jodiendo, y ahora campanas más grandes pa’cabarla” Le había dicho una vez el padre Esparza y como si nomás faltara que alguien se lo dijera, Jorge tomó conciencia del hecho y desde entonces le empezaron a molestar las campanas. Cuando llegó a San Francisco descubrió que acababan de cambiar un reloj viejo del campanario por uno nuevo que se podía programar para que no sonara por la noche. Al reloj viejo, después de haber sido puntual por más de cincuenta años, le había dado por hacer las horas a su antojo, desde 40 hasta 120 minutos, y traía a todo el pueblo descontrolado, por eso lo cambiaron, aunque mucha gente consentía al viejo y le perdonaban sus locuras. Cuando alguien preguntaba la hora, la respuesta empezaba con otra pregunta: “¿Según la iglesia o según el gobierno?” Porque en la fachada de la presidencia había también un reloj de buen tamaño, que no sonaba las horas, que porque no le gustaban las campanas, decía la gente, y que nunca quiso ir a tiempo con el reloj del templo. Algunos de los viejos preguntaban también: “¿Cuál hora sigues, la de los cristeros o la de los pelones?”  Más de una semana duró el padre Jorge leyendo manuales e intentando de un modo y otro, hasta que logró programar el reloj nuevo, pero no llamó a los técnicos; Así era él y así había arruinado varios aparatos, pero no se le quitaba la maña. Durante poco más de un mes el reloj guardó silencio desde las once de la noche hasta las cinco de la mañana, pero las quejas de la gente empezaron desde el primer día. Algunos decían que los niños lloraban más si no oían las campanas cada cuarto de hora, otros que las vacas daban menos leche y hasta algunos afirmaban que su virilidad se veía reducida sin las campanadas de los cuartos de hora.

― Se lo puedo comprobar con los pelos en la mano, padre.

― No seas desvergonzado, al Señor Cura se le respeta.

― Como si no me oyera cada mes que me toca la adoración nocturna cosas peores en el confesionario

 Al padre Jorge no le quedó más remedio que volver el reloj a su estado original, en parte porque él mismo extrañaba las campanadas y hasta le parecía oír por la noche las campanadas fantasmas de los cuartos de hora. Pero aun sin las campanadas, y aunque anduviera de viaje, todos los días a las 5:45 de la mañana ya estaban en pie. Aunque se presentaran las oportunidades y le llegaran esas ganas de abandonarse a la pereza y simplemente quedarse en la cama un rato más, aunque fueran esos cinco minutos que toda persona normal encuentra difícil de negarse, y a los que cualquier fiel cristiano tiene derecho de vez en cuando, sentía que tenía que ser consecuente con lo que predicaba y con lo que tanto presumía. “El orgullo me levanta…” Le brotaba en la cabeza esa tonada algunas mañanas, pero no caía en la tentación de hacerle caso; nunca admitiría que el orgullo tenía que ver algo con su madrugar. Sólo el que no lo conociera bien le podía creer que no hubiera orgullo tanto en su madrugar como en su presumir. Contaba cómo desde el primer día de su primer destino, cuando una solícita hermana de Don Saturnino, su primer párroco, le colocó, sin preguntarle, un despertador en su mesa de noche, en el mismo momento en que descubrió el despertador, sin importarle que ya fuera noche y que la venerable señorita ya estuviera recogida fue y le tocó a su cuarto para decirle, con mal disimulado reproche, que él no necesitaba despertador para levantarse a tiempo. Se echó el compromiso y lo seguía cumpliendo.

La noche anterior con Arturo Fuentes no pudo alardear. Arturo, un compañero ex seminarista a quien Jorge le tenía una confianza muy especial, había estado de visita. Cuando Arturo le dijo que ya era hora de parar la plática porque lo estaba desvelando y al día siguiente iba a tener problemas para levantarse a celebrar la misa, el padre Jorge empezó a presumir de su diario madrugar y salió con lo mismo de siempre: que en el seminario lo habían programado…, pero Arturo le brincó al momento, como si lo hubiera estado esperando:

– ¿Programado, o lavado de coco?… imagínate, si te programaron para eso, ¡para cuántas cosas más te habrán programado! -Jorge le dio salida, acusando a Arturo Fuentes de estar lavado de coco también y haber sido programado en el seminario para salirse y ser su “piedrita en el zapato”-.

– Puede ser que tengas razón,-contestó Arturo Fuentes- nada más que mi programación viene de más arriba. ¿Te imaginas lo que sería de Jorge Centeno sin un Arturo Fuentes que lo encarrile cada que se sale del carril? ¿Te imaginas qué hubiera sido de la Iglesia católica en México sin esos ex seminaristas “programados”, como Juárez, Gómez Farías, De la Mora y tantos otros que la metieron un poco en cintura? Para que la cuña apriete… acuérdate de Lutero…

– Esos no eran programados. Esos eran resentidos, renegados, engañados que no aceptaron lo bueno, que le dieron la espalda a la verdad. Tú no eres de esos. No te andes juntando con malas compañías. Esos no asimilaron lo que es la virtud. La virtud no se improvisa, de alguna manera se programa, se consigue poco a poco, como nos lo decía el Padre espiritual, a base de repetir los actos buenos, como el artista. Lo que vale es la virtud, la disciplina; en el seminario se forja el carácter, es la fragua de la vida, la mejor. ¡No lo olvides! Es lo que Dios ha plasmado en nuestro interior con disciplina…

– Párale, párale. A qué viene todo ese rollo, si nada más estábamos diciendo que estabas programado. Vas a necesitar una reprogramación, porque aquí como que te saliste de onda. Estás como sus sermones: dicen lo que se les viene a la cabeza o lo último que han leído aunque no venga a cuento, nomás porque lo traen calientito.

Aunque los tiros eran directos y los ganchos iban aparentemente al hígado, la verdad era que Jorge Centeno y Arturo Fuentes parecían luchadores profesionales: sabían cómo pegarse sin hacerse daño. Disfrutaban sus conversaciones, que ambos encontraban estimulantes, y se buscaban desde que su amistad se había acrecentado y madurado al volverse a encontrar unos 15 años después de que Arturo dejara el seminario al terminar la filosofía y unos diez años después de que Jorge fuera ordenado sacerdote.

Veían uno en el otro algo que no tuvieron: Arturo quiso ser sacerdote y no fue, Jorge quiso dejar el seminario y no lo dejó. Platicando, trataban de apoyarse mutuamente para entrar al mágico mundo de “lo que hubiera sido si…”

Por parte del sacerdote había curiosidad al ver cómo un seminarista piadoso, como fue Arturo Fuentes, había dejado de creer muchas cosas fundamentales de la religión; No llegaba a admitir que más que curiosidad era que también él, muy en el fondo tenía sus dudas y admiraba y casi envidiaba, esa libertad de espíritu y de pensamiento que le daba a Arturo una seguridad que él no sentía del todo. Arturo era Señor de su vida, por lo menos aparentemente. Jorge se entregaba de lleno a su sacerdocio, pero su personalidad era absorbida por el sistema. Aunque fuera algo muy grandioso, era muy real aquello de que “era y no era él”. Por eso, más que la aparente seguridad de Arturo, el padre Jorge anhelaba la libertad de buscar la Verdad sin las trabas de “lo intocable”, “lo que hay que creer”; sin el condicionamiento de las grandes verdades de la Biblia, de la religión en general y las líneas trazadas por la institución eclesial en particular. Cuando Arturo le preguntaba sarcástico:

– ¿En qué grado vas de tu obra de salvar al mundo? La esclavitud transnacional, la pobreza creciente, las guerras del orgullo, los genocidios políticos, el permiso para invadir países, despojar pueblos enteros de sus riquezas petroleras, mineras, forestales, o lo qué sea, la bendición de las armas de guerra. El colaborar para crear un monstruo que monopoliza el poder mundial. ¿Son estos los frutos del Evangelio? A lo mejor 2000 años son pocos para que empiece a dar frutos, ¿o qué? A mí se me hace que desde el principio lo vienen podando a cada rato para que no fructifique…

Jorge respondía con argumentos convincentes, estrictos como lo había aprendido en las clases de filosofía, pero el chasquido del cuestionamiento levantaba las ampollas de la duda y dejaba en la mente las cicatrices de la frustración.

Por parte del ex seminarista había también curiosidad al ver cómo una persona tan inteligente, como era Jorge Centeno, podía creer tantas cosas tan ilógicas, que también él creyó, pero que ahora le parecían completamente absurdas, y promoverlas y predicarlas como verdaderas, un verdadero atentado contra la razón.

– Eso sí te digo, Jorge: después de lo que aprendimos en filosofía, se nota que ya no aprendiste nada, absolutamente nada que valga la pena. Estoy empezando a convencerme de que los años de Teología los dedicaba el seminario a hacerles un buen lavado de cerebro. A programarlos a conciencia. ¡Qué a tiempo me escapé! Sin duda que era de los no programables. Yo creo que en los seminarios la Filosofía debería de estudiarse después de la Teología, porque primero te abren los ojos y después te los cierran. Primero te hacen ver la luz con la filosofía y luego te ponen los lentes oscuros de la teología. Argumentos “a divinis”, las razones de fe pisotean la dignidad de la mente y casi debería de decir: la divinidad de la mente. Debería de ser al revés. Primero te ayudan a encarar los problemas del pensamiento, a buscar la verdad y luego te someten con el yugo de los dogmas. Mucha teología, poca religión. Este es el peor de los martirios, mutilar lo más grande que tiene el ser humano: El pensamiento. “La razón te dice esto, pero tú debes de creer esto otro que nosotros te decimos”. Cuando te lo indiquen, debes darle la contra a la razón, a todos y todo, bajo pena de excomunión, de condenación, ¿cómo le llamarías a ese sistema? La sagrada dictadura. Dios hizo al hombre libre, la “santa madre” lo hace esclavo…

– Ver con los ojos de la fe, aceptar lo que no se puede entender, admitir lo que no tiene explicación. Decía pacientemente Jorge- Es el milagro, es la omnipotencia, es la grandeza de Dios. La ignorancia de Dios, ya lo decía el apóstol de las gentes, es más sabía que la sabiduría del mundo. La debilidad de Dios es más fuerte que la fuerza de los hombres. Todo es poco para corresponder al amor de un Dios que se entrega totalmente, Dios lo merece todo.

– Frases, Jorge, -decía Arturo viendo fijamente a Jorge, tratando de adivinar si estaba hablando con el corazón o era “el programado” que repetía lo que tenía que repetir- frases. “La ignorancia de dios”, “La debilidad de dios”… frases y más frases… que repetimos creyendo que a base de repetirlas haremos que sean verdaderas, porque no tienen más que el fundamento de la fe, de esa fe que se impone. A la hora de la verdad son simples mentiras, simples patrañas. Tú  dices: “ver con los ojos de la fe, aceptar lo que no se puede entender, admitir lo que no tiene explicación, es el milagro, es la omnipotencia, es la grandeza de Dios” y yo digo que es el pendejismo del individuo, porque una vez que agache la cabeza y acepte algo que no entiende, nomás porque alguien le dijo unas palabrotas como esas que tú dijiste, ya se fregó, porque ya entregó su mente a lo que le quieran hacer creer, ya renunció a su racionalidad, dejó de ser humano. Y esos tipos que dicen que se tutean con Dios y están al tanto de sus deseos, están bien entrenados para mover los hilos de los pobres que les entregan su racionalidad. Al que cae en sus manos ya no lo van a dejar echar marcha atrás, sino que el pobre “fiel”, “la oveja” va a tener que creer y creer y creer, hasta la muerte; en otras palabras: no va a vivir su propia vida. Claro que si se hiciera por interés práctico, “contante y sonante”, todavía habría una excusa, pero…  hasta en tu caso: ¿No te parece poco el precio de tu talento y de tu personalidad? Si tanto has dado, por lo menos deberías aspirar a lo más alto: a Arzobispo o Cardenal. Entonces sí me hago tu “Procopio”, “familiar” o “sirviente”. Y Arturo soltaba su carcajada que parecía fingida, pero era sincera. Lucía claro en el planteamiento, pero Jorge sabía que no era posible, no para él.

¿Quién fregaos tiene la razón?Se preguntaban uno y otro- ¿Habría perdido Jorge todo sentido de lógica en los años de teología? ¿Le habrían lavado el coco… de verdad? ¿Le faltaría Fe a Arturo? Llevaba una vida vacía, como se decía siempre de los no creyentes o no piadosos que en el seminario, en clases y pláticas, eran ridiculizados y caricaturizados como lo peor de este mundo… y del otro.

– Todo el que no tiene el mismo concepto de Dios que tú tienes es ateo. Apura los términos y verás que andas errado. Con esa mentalidad todo el mundo es leña para las hogueras del Santo Oficio. Dios no pudo haber creado el infierno. Se necesita una mente maquiavélica para una invención de esas y ya sabrás quién lo inventó.  A mí ni me gusta que me llames ateo, ni me considero ateo, ni creo que haya ateos en el mundo… simplemente no todos vemos a Dios como tú lo ves, o como lo ven ustedes, pero ya sabes que aún entre curas, a todos los niveles, hay diferencias en el modo de interpretar a Dios… ¿o no ardieron curas en las santas hogueras?

¿Habría perdido Arturo la fe?..¿Era la fe algo que se puede perder como quien pierde las llaves del carro, por ejemplo? La fe era tema de discusión constante entre ellos. Empezaran donde empezaran la plática siempre iba a parar en los mismos temas. La posición de Jorge era que en algún punto había que aceptar sin cuestionar, Arturo no lo podía aceptar.

– ¡A la jodida con esa fe, Jorge! El cuestionar es lo que nos hace racionales, humanos. En el seminario nos cansaban con su “espíritu de fe”. Para todo lo que les convenía salían con su “no tienen espíritu de fe”, “Les falta espíritu de fe”, “hay que tomarlo con espíritu de fe” y todo lo que eso significaba era: “no hagan preguntas y obedezcan”. “Cállense y sigan para delante”. Así se formaban los buenos sacerdotes, los que no iban a cuestionar, los que iban a hacer lo que dijeran la carta pastoral, la bula, la encíclica. Los que garantizarían la jerarquía, la obediencia al superior, cosa que es básica.  Los que no podían pensar ni razonar por sí mismos, porque para eso tiene pensadores la iglesia. Había que formarse como peones del juego de ajedrez, los que nomás pueden marchar de frente, nada de desviaciones, un brinco se les perdona, pero nomás uno. ¿Quién sobresale en la Iglesia? No el que piensa, sino el que tiene ingenio para apoyar las tesis propuestas y urdir métodos para conducir, para controlar a los demás. El que sabe guardar las formas, las apariencias, el que no piense fuera de los cánones, o no piense, simpliciter. Por eso nuestros modos de pensar a veces son diferentes. Yo entiendo que ustedes son harina de otro costal, pero…  Tú no puedes ni debes condenar a los que no pueden creer las cosas que tú crees. Algunas me parecen perfectamente incongruentes, absurdas y creo que no tienen ningún derecho, ni ustedes ni nadie, para condenar a la gente que no puede creer las cosas “absurdas” que ustedes creen… Aún cuando fueran ciertas, mientras el individuo no las encuentre creíbles no tiene por qué “creerlas”. Si Dios hizo al hombre libre, como dicen, ¿por qué ustedes lo quieren esclavo? La pregunta sale sobrando, más claro no canta un gallo. Y no me eches esas miradas porque no te estoy condenando. Cada quien tiene derecho a creer sus propias utopías sus propios absurdos, sus propias pendejadas. El daño se hace cuando se quieren imponer a los demás. La injusticia se comete cuando se presiona a la gente a “creer”, y más cuando se le obliga con prácticas terroristas. Para mí, el que creas o no creas lo que yo creo, no impide que podamos ser buenos amigos; Por lo menos yo me siento tan seguro, o tan inseguro, de lo que creo que puedo ser tu amigo por encima de las estupideces o sublimidades que tú o yo podamos creer. Si no sobrepasamos eso, si no aprendemos a respetar las opiniones de los demás, si no aprendemos que nuestras grandes verdades no son más que tentaleos y opiniones y a veces grandes equivocaciones en el caminar en la búsqueda de ese gran elusivo: Dios; Mientras no cambiemos eso, este mundo va a seguir en guerras y divisiones torpes por los siglos de los siglos, impidiendo el crecimiento de la razón y de la humanidad. –Jorge callaba, pero con la mirada le daba cuerda a Arturo, mientras él procesaba el chorro de barbaridades que estaba oyendo para darle una respuesta adecuada- Es terrible lo que estamos viviendo. Seguimos en la guerra de los dioses. Dios manda a pelear a aquellos; estos otros pelean con la ayuda y bendición de Dios. Los dioses del Olimpo. No hemos avanzado ni un paso. Las guerras floridas de los aztecas, ni más ni menos. No hemos dejado de sacar corazones humanos para ofrecer a los dioses. Los que están pensando en matar en la guerra lo hacen nombrando a Dios. Cada cual enarbola su estandarte de Dios para lo que le conviene, sea lo que sea, cierto o no. Ese es en realidad el magnicidio de Dios, que tratara don Federico “Nicho”, que a lo mejor por eso acabó ido de la mente. Y es muy posible que así como las personas, también la humanidad tenga épocas de lucidez, épocas de ignorancia y hasta épocas de locura. No creo que en nuestros tiempos estemos viviendo una “época de oro de la razón”. En estos tiempos la mentira gana terreno a la Verdad. Hasta parece asombroso el hecho de que gente que estudió lógica, y hasta maestros de lógica, en cuanto pasan por la teología se olvidan de todo y le dan la espalda a la razón para doblegar su cabeza a “sinrazones” teológicas, olvidándose de lo que estudiaron. Como si Dios y la razón fueran cosas diferentes, si Dios no es razón ¿es un absurdo? Si fueran lo suficientemente racionales y raciocinadores para aplicar los rudimentarios principios de lógica que aprendimos desde el primer año de filosofía, ya se hubieran remediado muchos males que causa en el mundo nuestro modo infantil de pensar.  A lo mejor por eso, entre la gente de iglesias y de religiones, conste que no te incluyo a ti, porque por lo menos tienes inquietudes, hay tanta inseguridad y miedo a mezclarse con los que no creen lo que ustedes creen, por miedo a que les abran los ojos. Por miedo a que nos hagan ver que nuestras grandes verdades no son más que un castillo, bien entretejido en el aire. Igual que otros cuantos castillos que andan flotando por el mundo. Casi todas las religiones, abiertamente unas, sutilmente otras, prohíben los matrimonios con gente que no sea de “la tribu”, de la misma religión. Tenemos un miedo terrible a contagiarnos de la verdad, porque el castillo forjado con tanto cuidado por “los santos padres”: los eusebios, los agustines, los anselmos, los tomases, los bernardos, los orígenes y los aborígenes puede venirse al suelo al primer soplo de la verdad. Los ídolos no soportan la luz de la verdad porque se derrumban, se desmoronan. Son vampiros que tienen que ocultarse antes de que salga el sol, porque la luz de la verdad los mata”

– Pro me laboras, domine –decía Jorge ágilmente al encontrar finalmente una respuesta ya lo dice el Evangelio de San Juan. “Los hombres prefirieron las tinieblas a la luz porque sus obras eran malas… Todo aquel que hace el mal aborrece la luz. El que obra bien se acerca a la luz” ¿No estarás manejando sofismas, Arturo?

– No me quieras apantallar con citas que a veces se usan sólo como adorno, presunción, o que pueden manejarse para probar lo que se quiera. Ese que tuvo la mala puntada de dividir el evangelio en versículos le dio en toda la torre; divide y vencerás, con un versículo se defiende una cosa y con otro la contraria, se despedazó, se destripó el espíritu. ¿No será que andamos huyendo de la verdad y el Evangelio lo hemos hecho a un lado? ¿No será que nos hemos aliado con los hombres de capas y coronas y palacios y nos hemos olvidado del humilde nazareno que andaba con unos pescadores y que fue el que empezó todo este relajo?

Al hacer sus críticas Arturo brincaba del “ustedes” al “nosotros” a veces inconscientemente, a veces por pura cortesía.

Oyendo a Arturo hablar así, Jorge sonreía y su mente viajaba allá a los primeros años del seminario cuando Arturo era modelo en el grupo. Encargado de disciplina y de dieces en piedad. Noche tras noche, después de las últimas oraciones, se le veía frente a la ermita de la virgen rezando o meditando por largo rato, durante el llamado “gran silencio” o “silencio sagrado” que empezaba al salir de últimas oraciones de la noche hasta el día siguiente después de desayuno. Aquel ritual de la visita a la Virgen en una casa donde los muchachos estaban lejos de su hogar, era como despedirse de su mamá antes de ir a la cama. Igual que cuando pedía la bendición a todo padre que se encontraba por los pasillos antes de retirarse a dormir, podría pensarse que buscaban al papá ausente, pero, como quiera que fuera, entonces se tomaba como un procedimiento ejemplar y noble, “pero ahora Quantum mutatus ab illo…” Pensaba Jorge, casi conmovido como si algo muy grande naufragara; con tan lúcido pensamiento lo mucho que hubiera servido a la gran causa de la Iglesia.

Entonces yo quería ser padrecito, Jorge, igual que tú. Y sentíamos, porque nos hacían sentir, que en el seminario deberíamos de estar dispuestos a recibir no sólo una formación, sino una transformación. Yo buscaba sinceramente la forma de ser auténtico. No sé si te acuerdes que desde los primeros meses del seminario nos acostumbraron a brincar de la cama recitando a coro el Te Deum. Lo leíamos en el manual de oraciones, como pericos, porque no sabíamos latín todavía; quiero que sepas que a los pocos días fui con el coadjutor y le pedí que me lo tradujera completo para entender lo que recitaba, porque no me bastaba con que Dios entendiera lo que le estaba diciendo, sino que yo también quería saber lo que le estaba diciendo a Dios. Quería ser auténtico y buscaba con ganas algo que me motivara a aceptar todo aquello… “con espíritu de fe”. Pasaron los años y no encontré la forma de ser auténtico allí, ni hubo nada que me motivara a “vender el alma a la iglesia”, ni pude aceptar muchas cosas con el mentado espíritu de fe y me salí. Me costó trabajo, pero me salí. Porque el seminario te enreda como la telaraña a la mosca, si no te corren o te sales al primer o segundo año, después es muy difícil dejarlo. Yo sé que ni de chiste nos queremos comparar con otras religiones, porque la nuestra es la mera mera, pero si ves “los seminarios” de los mahometanos, de los tibetanos y de todos los que tengan algo parecido a seminarios, encontrarás el mismo sistema nuestro… Allí llegas a perder la personalidad, entregas la sensibilidad y luego el pensamiento. Todo lo que es una persona. ¿Necesita Dios eso? Por eso ahora me cuesta trabajo entender por qué fregaos no te saliste tú también. ¿La renuncia a sí mismo puede llegar a tanto aniquilamiento?

Claro que sí. contestaba Jorge, con mucha seguridad y con un alarde innecesario- Tú también escuchaste el “ven y sígueme”, no me vayas a decir que no, pero te hiciste el sordo, no quisiste ser generoso, le diste la espalda a la mirada amorosa de Jesús como aquel joven rico del evangelio… Por eso el sacerdote es tan especial, porque se entrega totalmente; por eso la gente los aprecia tanto, porque no se pertenecen a sí mismos. Es el Padre bueno, es Dios entre los hombres, es el mensajero de buenas noticias, es la bondad entre los habitantes de esta tierra. Tú debes saberlo, mediador, intercesor, representante, son estribillos que debemos tener bien clavados en la mente y, sobre todo, en la vida.

-¡Órale! ¿A mí me quieres salir también con esos cuentos?  ¿Qué noticias vemos de los curas en los periódicos y en la televisión? ¿Llamas entrega a la represión de las fuerzas naturales del hombre para que luego se desborden en anormalidades…?  Claro que no todos, no todos, ni siquiera una mayoría, acepto, pero sí son muchos y son los suficientes como para que se prendan las luces de alerta y se den cuenta los de arriba y los de abajo, los de dentro y los de fuera, que algo anda mal, muy mal. Desde los primeros años, desde los primeros días, captamos, en muchos, algunas claras desviaciones, inclinaciones, insinuaciones, recargones y aventones. ¿Cierto o no? A mí no me puedes envolver tan fácil, Jorge. Ciertamente lo más obvio es que si quieres sacerdotes célibes que busques eunucos, porque el querer subyugar las fuerzas de la naturaleza no ha dado resultados. No se pueden hacer tantos milagros, la historia de la iglesia y de los pueblos lo demuestra, las aguas buscan salida, los polos opuestos se atraen, etc. etc. con sus etceteritas y etceteritos

– Somos humanos, Arturo, no somos ángeles, no seas ilógico tú también. La Iglesia es Santa en la promesa.

– No me presumas a mí las alas… ¿Santos esos sujetos? Si ni a racionales llegan.

– Distingo la afirmación, una es la santidad objetiva y otra la subjetiva.  Mt. 16,16. Puede fallar el sujeto pero eso no quita que sus acciones sean santas; la Iglesia suple. Aunque no aceptes, el espíritu de fe lo puede todo.

– ¡Qué bonito! Entonces ustedes sí pueden darle vuelo a la hilacha y todo bien, como si estuvieran por encima de las mismas leyes, flotando arriba de los simples mortales por encima del bien y del mal.

– Pero no te hagas, Arturo, acuérdate cómo ponderabas los méritos de grandes sacerdotes que han hecho las historia de los pueblos, ya olvidaste a D. Miguel Hidalgo, a Morelos, a Jiménez, etc. Y luego a los párrocos de muchos pueblos que se han desgastado por sus gentes…

– Claro que sí, Jorge, ve a esos personajes exactamente como fueron, no los angelices. ¿No te acuerdas de la familia de Morelos, de D. Miguel Hidalgo que bailaba en Guadalajara? Pero no olvides lo principal de ellos: su reacción contra aquella Iglesia, contra las estructuras; no te olvides que los excomulgaron, y aquello de que les rasparon las manos para borrarles los sacramentos, la degradación, y que nosotros mismos en el seminario aprendimos a ver a esos sacerdotes, héroes de la Independencia, como gente del otro lado, gente del gobierno, del enemigo. Acuérdate que los obispos pagaban soldados para que los combatieran. Y a pesar de todo, quedó aquella frase, no del obispo metropolitano ni de ningún otro gran clérigo, sino del rebelde, del excomulgado Hidalgo: “Que siendo contra los clamores de la naturaleza el vender hombres, queda abolidas las leyes de la esclavitud” Lo malo es que esta sentencia no se cumple. Sin duda que muchas veces en la vida de la humanidad se ha abolido la esclavitud… y se seguirá aboliendo, porque los grandes poderes en eso basan su poderío, sea religión, país o empresa: tanto más grandes, cuanto más esclavos tienen.

-Entiendo que no aceptes de buen grado algunos defectos del clero y de la Iglesia, pero no te queda tomar la actitud de un jacobino, de un enemigo de la Iglesia, eso ya suena a resentimiento, no va con tu categoría.

– Claro que estimo en todo lo que vale el andamio, la estructura que pone la Iglesia, de hecho reconozco que tiene en sus manos gran parte de la conciencia de las personas. Una responsabilidad muy grande y una oportunidad grandísima, pero ni se ha respondido a la primera ni se ha aprovechado la segunda. Por eso vemos contradicciones. –La cara del padre Jorge dibujó una pregunta pidiendo ejemplos y Arturo añadió- Se hace una gran celebración de un Santo por la fiesta del pueblo, echando la casa por la ventana, se lleva a la Virgen en procesiones multitudinarias y levantan alto la custodia para bendecir al pueblo, pero no se acepta la culpabilidad en el deterioro de las costumbres, se admite que se puede ser cristiano y negociar con el vicio, para luego aceptar ayudas fuertes de esos negociantes. Se ve casi con simpatía la labor erosionadora de la televisión en particular y de los medios de comunicación en general. El hecho de que grandes jerarcas vendan las imágenes a empresas extranjeras, para que luego lo nieguen o se hagan para atrás, para evadir el juicio de los devotos. De veras, yo creo que a Dios hasta le ha de dar vergüenza entrar a esos elegantes templos hechos con limosnas de las ganancias del vicio, de ricos usureros y de bandidos que creen, (porque ustedes, a través de la historia les han hecho creer), que “la mordida” funciona también con Dios. Tan malo que se hagan templo con dinero del vicio como que se hagan exprimiéndole el último peso a la gente pobre, que en lugar de darle a la iglesia deberían de recibir de ella. Por eso Dios se ha de alejar de templos, capillas y demás lugares de adoración y hasta se ha de sacudir el polvo de las sandalias. “Ni en el templo ni en el cerro, sino en Espíritu y en Verdad”, que es precisamente lo que hemos perdido, lo que nos falta… Hay grandes lagunas en los inmaculados sacerdotes, Jorge, hay mares en la santa madre.

– Se nota que para todo tienes respuestas –dijo Jorge sin rendirse, sino tomando una tregua-, bien se ve que asimilaste la actitud de los adversarios de las tesis correctas.

 Se buscaban y se veían con relativa frecuencia. A Arturo Fuentes le gustaba visitar su pueblo natal, aunque le quedaran pocos parientes allí, pero hacía el viaje una o dos veces por año desde Los Ángeles a San Gaspar y apenas pasaban unas horas de su llegada cuando ya estaba llamando a Jorge Centeno a San Francisco para planear las visitas. Jorge, por el contrario, aunque su pueblo natal estaba a una hora de San Francisco, se le habían acabado las ganas de volver. Su padre se lo dijo en son de burla, pero con un dejo de reproche.

– Ya aprendiste por fin que nadie es profeta en su tierra; hasta te has de haber sacudido el polvo rojo arandeño, porque como que ya no te gusta venir a visitarnos…

 Y sí era cierto que Jorge no sentía muchas ganas de volver a su pueblo. En su pueblo era el hijo de… Facundo Centeno, “el hijo del carpintero” y para muchos un desconocido.

Aunque amaba a su familia, como todo fiel cristiano y buen sacerdote e hijo agradecido, encontraba sus vidas aburridas. No sabía a ciencia cierta por qué, pero siempre les exageraba para que le hicieran caso. Les decía que a veces creía que vivían esperando que alguien viniera a sacarlos un rato de su eterno aburrimiento, “de un vegetar sin esperanzas, un esperar la muerte de las yerbas que se secan con el sol”.  Exagerando Jorge, llegaba a decir que a veces el aburrimiento era tanto que se hacía necesario verse en el espejo para ver si todavía estaba uno allí, para ver si no había desaparecido en la nada sin darse cuenta, o que lo hubiera tapado el polvo del aburrimiento. Pero si era difícil sacarlos de su inercia, era fácil caer en ella. Aprendió a no llegar a horas en que su madre estuviera viendo sus telenovelas, porque no le prestaba mucha atención a sus pláticas y más de alguna vez se había quedado dormido en el sillón sin que nadie le hiciera caso. Jorge notaba que, una vez que vieron que con un hijo y hermano sacerdote no iban a cambiar mucho sus vidas, dejaron de darle la importancia que le daban de recién ordenado. Ya ni siquiera lo atendían tan bien como cuando era seminarista. Por un lado su familia no había sido muy apegada a la iglesia ni muy piadosa; por otro, gracias a los hijos “norteños”, habían ido mejorando económicamente y el padre Jorge no podía ayudar mucho ni era muy necesaria su ayuda. De cualquier manera él indirectamente se vengaba criticándoles sus vidas aburridas. Las conversaciones con su padre se fueron reduciendo a cinco minutos, que era lo que duraban en hacerse las preguntas “de cajón”. Arturo se desesperaba no sólo porque esperase más de su familia, que después de todo esa una familia como cualquier otra familia del pueblo, sino porque esperaba más de sí mismo, aunque no acertaba a definir lo que era. Les criticaba a sus padres y familiares el gusto a ver novelas en la televisión. Si podían pasar una hora sentados viendo una novela en la tele, bien podían pasar unos veinte minutos al día leyendo un libro donde pudieran aprender algo de provecho. Tal vez por eso se había ganado la falta de atención de su familia, porque les exigía mucho. La causa de su desesperación era que muy en el fondo veía que su familia no concordaba con la idea de la familia de un obispo y eso le impedía soñar abiertamente en un obispado, porque, muy en el fondo también, le preocupaba aquello que le decía Arturo Fuentes: que había vendido su alma a la Iglesia a cambio de muy poco.

Aunque el padre Jorge había luchado contra las telenovelas, con su familia y con su pueblo, eso no le impedía que más de alguna vez hubiera caído en la tentación de ver alguna y seguirla más o menos de cerca, días sí y días también. En parte porque era molesto oír lo que todo el pueblo platicaba y estar fuera de la plática. No se diga, si se trataba de algún chisme de artistas o de esos programas modernos, era casi como no saber el resultado del último partido de fútbol.

La única que no comentaba las telenovelas era María Luisa, la sirvienta del curato, y no porque no viera novelas, sino porque había oído el mal concepto que tenía el señor cura de la gente que las veían y hasta se hacía la disimulada cuando veía que el señor cura, haciéndose que estaba ocupado, tenía la tele en la estación de la telenovela de la tarde.

Si en su pueblo natal tenía que competir por atención con las telenovelas, en San Francisco era el “Señor Cura”. Cualquier persona dejaba con gusto de ver el capítulo de novela con tal de tener al señor cura en su casa. Si en su pueblo natal podía pasar desapercibido, en San Francisco era conocido por todos en el pueblo. La mayoría de la gente le besaba la mano, muchos le saludaban con sincera reverencia y muchos con cortés hipocresía. Era respetado, admirado, temido, criticado, pero era tenido en cuenta. Era alguien. Eso fue lo que motivó, más que nada, al niño de 12 años a irse al seminario: quería ser alguien, tenía hambre de sobresalir del común del pueblo. Quería ser por lo menos tan importante como el señor cura. Ahora que ya lo había logrado se daba cuenta que eso sólo podía serlo en San Francisco. Por eso no le gustaba mucho ir a su pueblo natal, donde hasta su padre lo hacía menos.

Pero si no le gustaba visitar su pueblo, cuando su hermano le recomendó que fuera haciendo una casa para su vejez y le hizo caso, escogió su pueblo para fincarla.

-Los padrecitos también se hacen viejos, carnal, aunque no lo creas, y no hay cosa más triste que un padrecito viejo y abandonado; se miran más tristes que un perro viejo y sin dueño. Y no te ofendas, pero hasta algunos dicen que los curas acaban: Feos, pobres, viejos y jotos. ¿Habrá peor desgracia?

 Salvador era el único hermano que ni siquiera guardaba las apariencias de respeto que Jorge notaba en todos sus demás hermanos; había salido a su papá. Era el menor y fue el chiqueado y en un tiempo también tuvo intenciones de irse al seminario, pero su padre lo disuadió, porque no le gustaba la idea, la situación económica de la familia entonces era precaria; costear los estudios de un seminarista era todo lo que podía y quería hacer don Facundo Centeno.

– Con un padre en la familia es más que suficiente, porque ninguno de los dos tiene pinta de que pueda llegar a obispos, esas ya serían palabras mayores. Padre y cura no llega a mucho, apenas para sobrevivir; antes se decía: es mejor un metro de sotana y de mostrador que muchas caballerías de tierra, pero los tiempos ya cambiaron.

Salvador, por otro lado, no era bueno para el estudio como Jorge y en cuanto terminó la primaria fue a dar a Estados Unidos con sus hermanos. Pero a diferencia de los mayores que se enredaron en la telaraña del norte y ya no pudieron regresar a su tierra ni progresaron allá, Salvador ahorró en pocos años un pequeño capital y regresó a su pueblo a casarse y a hacer dinero, porque era bueno para hacer dinero: Tratada que hacía, tratada que le dejaba ganancia; negocio que emprendía, negocio que prosperaba. Un día se le ocurrió a Jorge decirle que iba a pedir en sus oraciones para que le fuera bien en sus negocios. Fue la única vez que le hizo la oferta, porque lo que le dijo su hermano lo dejó callado y avergonzado.

– Jorgito, a otras gentes te las podrás echar a la bolsa con la promesa de tus oraciones o, más bien dicho: la promesa del beneficio de tus oraciones, pero a mí no, vale, a mí no. En los negocios pueque sea más necesaria la ayuda del diablo que la de Dios. Pero si de veras, si de veritas tienes influencia con “El de arriba”, consígueme un pase para la vida eterna, eso sí te lo agradecería; de acá yo me encargo, mi hermano.

– Hablas como si no creyeras nada.

– ¡Claro que sí creo!  Y creo porque tengo que creer, te imaginas lo que pasaría si no creyera en este pueblo donde todos creen, ya me hubiera matado tu gente. No creer en un pueblo como este es como andar vestido en un campo nudista, te encueran de volada.

 Jorge llegaba a pensar que había envidia de parte de su hermano. A lo mejor de veras quiso ser sacerdote. Pero al recomendarle que hiciera una casa para su vejez, notó que se lo decía por su bien.

– El estudio que no sirve para hacer dinero no sirve para nada, Jorge. Si no aprovechas y haces dinero ahora que te hicieron señor cura, y de una parroquia rica, es porque de a tiro eres pendejo, -Se le llenaba la boca a su hermano Salvador cuando le decía pendejo, como que se le hacía un gran honor pendejear a un sacerdote, pero cuando veía la cara seria de Jorge lo contentaba diciendo:– No te enojes, carnal, ten por seguro que a cualquier ser humano que haya existido y que exista en el mundo le puedes decir pendejo, con toda confianza, y no te vas a equivocar. Lo que sí te digo es que cuando te arrumben como traste viejo, entonces te vas a acordar de mí… El otro día fui a visitar al padre Chemita, mi padrino, a Guadalajara. ¡Habrías de ir a verlo, para que tengas una idea clara de lo que te puede esperar!  Vive en una casa vieja de paredes escarapeladas, húmeda como una tumba; todo reumático, y solos él y su hermana, más vieja que él; ni siquiera para pagar una sirvienta tienen y ¡tantos años que trabajó de cura! Por sus manos han de haber pasado millones de pesos y él, muy honrado, los dejó pasar para que fueran a llenar de lujos las catedrales y a lo mejor hasta las basílicas de Roma, y él, muy honesto, se muere en una casa vieja y húmeda, abandonado por sus patrones. Los más beatos han de decir que es un santo, yo digo que fue un pendejo. ¿Tú qué opinas, Jorge?

“Me ha tocado la misma suerte que algunos de los últimos presidentes de Estados Unidos, -decía Jorge-, que han tenido un hermano que los ha dejado en vergüenza con sus hechos o sus dichos, a mi ese Salvador me ha hecho la vida de cuadritos”.

La verdad era que Jorge sabía que su hermano tenía razón en muchas cosas, como era en el caso de muchos curas viejos. Él mismo había visto a algunos pasar sus últimos años arrumbados y olvidados en el Asilo del Sacerdote. Y eso era lo de menos, por lo menos aquellos llevaban fama de rectitud y a su muerte los iban a alabar y a acompañar en su misa de cuerpo presente. Pero los otros, los que se salían del guacal, que eran tomados por herejes y malos hijos, esos iban a las quijadas de la inquisición que nunca se acaba de erradicar de la Santa Madre Iglesia. Salvador decía que la Iglesia era una madre de entrañas negras. Jorge lo escuchaba como asustado, como si un energúmeno hablara, pero al mismo tiempo como un profeta, porque mucho tenía de verdad. Él bien sabía que también los sacerdotes pasan de moda: si no llega pronto un ascenso espectacular, una mitra, o un buen puesto, el Padrecito pasa a segunda fila y entran los nuevos sacerdotes partiendo plaza y llevándose las ovaciones del “respetable”. Y lo peor es que el que no cuente con la simpatía del superior, verá cómo todos se alejan de él como un apestado, le harán el asco, aunque se hable muy sentida y tiernamente de la famosa fraternidad y del cariño sacerdotal.

Jorge, por las dudas, al pasito y callando empezó a fincar en un terreno que había sido de la familia hacía años cuando la tierra era barata y que su papá vendió para los gastos de la ordenación de Jorge y éste acababa de recuperar ahora que la tierra era cara. Estaba a las orillas del pueblo y Jorge pensaba que el mejor lugar para pasar desapercibido era su pueblo natal. Por lo menos no lo tendrían muy en cuenta. Muy pocas gentes sabían de quien era la casa que estaban haciendo en la loma. Casi deliberadamente la iba haciendo con toda calma, para que no se viera que tenía los recursos y porque no tenía prisa de llegar a viejo. Poco conocido era Jorge y pocas las veces que paraba en su pueblo. Sus vacaciones solía pasarlas en Estados Unidos visitando a feligreses amigos de su parroquia actual y de vicarías pasadas. Fue en un viaje de esos, hacía ya diez años, cuando se propuso buscar a Arturo Fuentes, después de unos 15 años de no comunicarse.

Arturo, al terminar los estudios de filosofía, después de nueve años de seguir un sueño, decidió dejar el seminario. Salió por el pasillo oscuro de los rechazados, de los que acudieron sin haber sido llamados, o de los que de plano rechazaron el llamado. Jorge, al contrario, había terminado la carrera y había salido por el arco de triunfo de la ordenación sacerdotal.

Si aquella primera visita de Jorge a Arturo en los Ángeles fue inesperada, no dejó de ser agradable. El gusto de ambos al verse fue sincero y fue mucho. Encontrar una vieja amistad es como volver al pasado y encontrarse con uno mismo en tiempos mejores; por aquello de que cualquier tiempo pasado fue siempre mejor, ya que si fue malo lo superamos porque aquí estamos, y si fue bueno lo vivimos y los revivimos en el recuerdo.

Con el pasar de los años Arturo empezó a notar que muchos de los compañeros del seminario empezaban a buscarse después de muchos años de no haber dado muestras de interesarse por los que compartieron la ambición de querer ser mediadores entre Dios y los hombres. Y siempre el gusto del encuentro era grande y sincero, y Arturo, a partir del encuentro con Jorge, empezó a frecuentar a muchos y a buscar a otros. Había aprendido que el seminario no era sólo una etapa de preparación para la vida, sino que era una etapa de la vida misma y para muchos una etapa muy significativa.

Con Jorge en el primer encuentro bastaron unos minutos para ponerse al corriente de las actividades actuales de cada uno… Jorge párroco de San Francisco, desde hacía tres años, después de pasar por dos vicarías, en las que fue perdiendo la esperanza de que lo mandaran a estudiar a Roma. Arturo, después de haber pasado unos años en Chicago se había establecido en Los Ángeles volviéndose un pequeño empresario, luchando por sobrevivir en un mundo para el que no había sido preparado. “No te imaginas lo pendejo que es uno, o yo por lo menos, para los negocios. Nos enseñaron a ser honestos, para que entregáramos la charola llena, nos enseñaron a ser justos, a ser buenos, a ser auténticos, a no engañar, y acá en el mundo si no sabes mentir, si no sabes ser hipócrita, estás jodido, llevas todas las de perder”.  (“También acá”, pensó Jorge, pero sólo lo dijo con una sonrisa maliciosa que en ese momento Arturo no quiso interpretar).

Pronto pasaron de sus vidas particulares, allí se estaban viendo ya en persona, mientras había tanto por aprender de lo que había pasado desde la salida del seminario. Había ansias por compartir lo que uno y otro sabían de los compañeros. Los que se ordenaron, los que no se ordenaron, hasta de los que ya habían muerto. Los recuerdos empezaron a brotar a borbollones. Si Jorge había estado en contacto con muchos compañeros de seminario, Arturo había estado aislado desde hacía muchos años.

Saliendo del seminario había caído en Estados Unidos, No por gusto, sino porque fue la primera puerta que se le abrió cuando empezaba a desesperarse al verse sin ningún certificado de estudios que reconociera el gobierno, a pesar de haber estudiado seis años de humanidades y tres de filosofía, “… porque la iglesia y el estado no se querían y los estudios hechos en seminarios de la iglesia el gobierno decía que no valían y de esa manera se desperdiciaban en México talentos de muchísimos ex seminaristas que pudimos haber sido buenos profesionales y riqueza para el país, tan sólo con que el gobierno no hubiera sido tan ciego ni la iglesia tan terca para que hubieran hecho las paces a tiempo y juntos se hubieran defendido mejor de las acechanzas del enemigo, que supo usar el viejo método de divide y vencerás. Por eso fui a dar a Estados Unidos y allá me fui quedando… como muchos.”

 

La visita de Jorge fue sorpresa; más porque Jorge no había sido amigo íntimo de Arturo, y hasta habían tenido sus diferencias en el seminario. Diferencias que ahora se podían ver como pueriles. Pero si en el seminario llevaron una amistad superficial, de grupo, desde esa primera visita de Jorge a Arturo, empezó una amistad verdaderamente sólida, franca, respetuosa y benéfica para ambos.

En el seminario se criticaban y se sospechaba de las amistades “particulares”, sobre todo si eran entre un mayor y un menor, esas amistades eran prohibidas, por el reglamento, y casi en todos los “avisos” mensuales se recordaba la prohibición. Un artículo del reglamento decía explícitamente: “Eviten con cuidado las amistades particulares y el trato exclusivista, porque perjudican la caridad del próximo, socavan la disciplina y son contrarias al bien común”.  Y  otro artículo: “Deben observar siempre separación entre las diversas divisiones de mayores y menores, latinos, filósofos y teólogos, tanto en casa como fuera de ella, de suerte que los de una división no puedan tratar con los de otra sin permiso expreso del superior; esta separación debe observarse con mayor rigor entre el Seminario Mayor y Menor. 

Las “diversas divisiones” en el seminario menor eran: división de menores, división de medianos y división de mayores. En el seminario Mayor había la división de Filosofía y la de Teología. Unas cuantas veces al año había “fusión”, hasta mal escogida la palabra que se usaba para indicar que había permiso para convivir abiertamente con todos los seminaristas del grupo que fueran, con la advertencia de que fuera en lugares abiertos. A pesar de llamadas de atención, era natural que hubiera amistades que se cultivaran más que otras. Arturo aprendió fuera del seminario que en aquellos años se cimentaron buenas amistades, aunque no se hubieran cultivado mucho, porque entre él y Jorge, al reencontrarse, pronto se dio un entendimiento muy sólido. Se decían las cosas sin tapujos, se criticaban con fundamentos; no se herían, ni se ofendían, pero nada se callaban.

Arturo sintió de pronto el deseo de revivir los recuerdos arrumbados de la vida del seminario. Jorge, por su parte, encontraba benéfica la relación porque la mente abierta de Arturo, sin prejuicios religiosos, porque eso sí: desde el principio le confesó abiertamente a Jorge, para que no fuera a haber malos entendidos, que se encontraba lejos de ser practicante fervoroso de la religión y que encontraba difícil de creer muchas de las cosas fundamentales del dogma, que en otro tiempo creía “a ojos cerrados”. Por eso era capaz de hacer que Jorge viera puntos que se le escapaban en el diario caminar de la vida con los lentes del sacerdocio, y por eso disfrutaba Jorge la compañía de Arturo Fuentes. Porque no había la reverencia, ni la hipocresía ni el menosprecio, ni a la persona del sacerdote ni a la religión de sus mayores ni a la iglesia que en un tiempo quiso servir, sino un entendimiento y comprensión de verdaderos amigos.  “Y más que amigos, porque los verdaderos amigos se hacen en la infancia y a lo mejor en la adolescencia. Lo que se encuentra unnno después son camaradas, conocidos y lllllos años del seminario herrrrmanaban verdade…ramennnte”, había dicho Jorge apenas anoche, y cuando notó que arrastraba las palabras se negó a tomar un trago más y Arturo comprendió que lo estaba desvelando y a las once se despidieron, porque Arturo era renuente a dormir en curatos. Rechazó cortésmente la oferta y prefirió manejar la hora y media a San Gaspar, pero con el fin de volverse a ver, si no al día siguiente, dentro de un par de días.

A pesar de los “tragos” y la medio desvelada, Jorge se levantó al día siguiente a su misma hora.

 

-Usted se va a morir pronto. –Le dijo un día la sirvienta del curato-

– ¿Y eso por qué se te ocurrió?

– Porque usted casi no duerme, es muy madrugador.

– Y, según tú, como casi no duermo, voy a terminar pronto lo que tengo que hacer en el mundo y me voy a morir; quiere decir que tu abuela que tiene noventa años era bien dormilona.

– Lo que pasa es que ella tiene muchas cosas por hacer, porque sí es muy trabajadora y…, pero sí, sí duerme mucho: a veces de estar tejiendo se queda dormidita, descansando… Oiga, señor cura, ¿y el alma también necesita descansar? Yo creo que no, porque si es inmortal, no ha de necesitar descansar para aguantar la eternidad. Me imagino que se la ha de pasar sentada y aburrida mientras el cuerpo descansa, esperando a que se despierte para seguir viviendo… ¿o qué?… y ¿qué tal que el cuerpo se despierte y el alma ande distraída en otro lado?

Cuando la sirvienta salía con ocurrencias parecidas, lo cual era frecuente, el señor cura meneaba la cabeza y se escapaba sonriendo, dejándola sin respuesta, porque casi nunca tenía a la mano respuestas adecuadas para las preguntas de la sirvienta.

Si el Padre Jorge estaba programado para levantarse a las 5:45 todos los días, no todos los días se sentía despierto a la misma hora. Hoy era un día de esos en que, al decir de la sirvienta, parecía que su alma no se daba cuenta todavía de que su cuerpo había despertado y sabía que iba a necesitar algo más que las dos tazas de café acostumbradas.

Nunca se imaginó que lo que lo iba a despertar iba a ser algo bien diferente y que ni siquiera del café se iba a acordar.

…. Le seguimos la próxima semana… Puedes encontrar un enlace arriba  en la pestaña «Mis libros» y lo puedes leer gratis en Kindle

 

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Acerca de licvidriera

Leo, medito, escribo, vivo y escribo en la eternidad
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