“Hija mía yo te parí con dolor, te crié a mis pechos, he procurado educarte con el mayor cuidado, y tu padre te ha pulido como una esmeralda para que parezcas a los ojos de los hombres como una joya engastada en virtudes. Trata de ser buena, porque si no ¿quién te querrá por mujer? Serás el desecho de todos. La vida es trabajosa y es menester consumir nuestra fuerza para alcanzar los bienes que los dioses nos envían; por tanto no seas perezosa y descuidada sino muy diligente en todo.
Sé limpia y trabaja en tener bien concertada la casa; sirve el agua de manos a tu marido y haz el pan para la familia. Por donde quiera que vayas ve con mucho recato y mesura, no apresurando el paso ni riéndote con los que encuentres, ni mirando de lado, ni fijando la vista en los que vinieron hacia ti, sino ve tu camino, especialmente si vas acompañada; de esta manera alcanzarás mucha estimación y buen nombre. A los que te saludaren o preguntasen algo, responde cortésmente, porque si callas te tendrán por necia”.
“Sé muy diligente en hilar, tejer, coser y labrar, porque así serás amada y alcanzarás lo necesario para comer y vestir. No te des demasiado al sueño; huye de la sombra, la frescura y el descanso, porque el regalo enseña pereza y otros vicios. O estés en pie o sentada o andando, no pienses jamás en cosa mala, sino trata solamente de servir a los dioses y de ayudar a los que te engendraron. Si fueres llamada de tus padres, no esperes a que te llamen dos veces, sino acude luego a saber lo que mandan para no darles pesar por tu tardanza; oye bien lo que te mandan y no lo olvides sino ejecútalo diligentemente. No des malas respuestas ni muestres repugnancia, si no puedes hacer lo que se ordena excúsate con humildad. Si otra fuere llamada y no acudiere presta, acude tú, oye lo que se manda y hazlo bien, que así te harás estimar.
Nunca prometas hacer lo que no puedes: a nadie burles ni engañes, pues te están viendo los dioses. Vive en paz con todos y a todos ama honestamente y cuerdamente para de que todos seas amada. De los bienes que tuvieres no seas avarienta. No interpretes a mal lo que vieres dar a otras, ni lo envidies: porque los dioses cuyos son todos los bienes, los reparten como quieren. A nadie des motivo de enojo, porque si lo das a otro, tú también lo recibirás. No tengas trato poco honesto con los hombres ni sigas los deseos malos de tu corazón; porque nos afrentarás y ensuciarás tu alma como el agua con el cieno. No te acompañes con malas mujeres, las callejeras, las mentirosas y las perezosas, porque ciertamente te pervertirán con su ejemplo».
«Atiende a las cosas domésticas y no salgas fácilmente de tu casa ni andes vagando por las calles, el mercado o los caminos; porque en esos lugares encontrarás el daño y la perdición. Mira que el vicio mata como las hierbas venenosas y que una vez admitido es muy difícil dejarlo. Si yendo por la calle te encontrare algún joven atrevido y se riere contigo, no le correspondas, sino disimula y pasa adelante. Si te dijere alguna cosa no le contestes, ni atiendas a sus palabras, y si te siguiere no vuelvas a verle, porque no le enciendas más la pasión; si así lo hicieres él se cansará y te dejará en paz.
No entres sin justa causa en casa alguna, porque no te levanten alguna calumnia, y lo padezca tu honor; pero si entras en casa de tus parientes salúdalos y con respeto y no te estés mano sobre mano, sino toma luego el huso para hilar y ayúdales en lo que se ofreciere. Cuando te cases ten respeto a tu marido, obedécele con alegría y ejecuta con diligencia lo que te ordenare; no lo enojes ni le vuelvas el rostro, ni te le muestres desdeñosa o airada, sino recíbelo amorosamente en tu regazo, aunque viva, por ser pobre, a tus expensas».
A pesar del rol secundario y la disposición que debía mantener enteramente a la voluntad de su marido, existe una advertencia superior: conservar la tenencia de la tierra.
«Si tu marido te da algún pesar, no le manifiestes tu desazón al tiempo de ordenarte alguna cosa, sino disimula por entonces y después dile mansamente lo que sientes, para que con tu mansedumbre se ablande y excuse el mortificante. No te afrentes delante de otros porque tú también quedarás afrentada. Si alguno entrase en tu casa a visitar a tu marido, muéstrate agradecida a la visita y obséquialo en lo que pudieres. Si tu marido fuere necio, sé tú discreta; si yerra en la administración de la hacienda, adviértele los yerros para que los enmiende; pero si lo reconoces inepto para manejarla, encárgate de ella y procura adelantarla cuidando mucho de las tierras y de la paga de los que en ella trabajaren; mira no se pierda alguna cosa por tu descuido».
“sigue, hija mía, los consejos que te doy, tengo muchos añ os y bastante practica del mundo. Soy tu madre y quiero que vivas bien. Fija estos avisos en tu corazón, pues así vivirás alegre. Si por no querer escucharme o por descuidar mis instrucciones, te sobrevienen desgracias, culpa tuya será y tú serás quien lo sufra. Hija mía, que los dioses te amparen.”
Yo nomás te paso estos consejos al costo….tal como los publico Fco. Xavier Clavijero (1731-1787) en su libro “Historia Antigua de México”… que todo buen mexicano debería de leer.