Desde los tiempos primitivos, los clásicos chinos hablan de un país o un continente situado a gran distancia al Oriente de China y al que llaman Fusang o Fusu. Decían que se hallaba a una distancia de 20,000 lí. o sea más de 6,500 millas marinas (la milla marina mide 1,852 metros) añadían que tenía de ancho 10,000 li, y que un gran mar se extendía más allá del dicho continente, tal vez se referían al océano Atlántico. En aquel país crecía un árbol maravilloso llamado Fusang, del cual se originó el nombre que dieron a aquel misterioso país. La descripción que hacen de este ‘árbol’ es muy parecida a la del maguey.
¿Conocerían los chinos a América diez siglos antes que los españoles? Por un lado, salta a la vista la facilidad de hacer un viaje de Asia a América pasando por las islas Curiles y Aleutianas para arribar a Alaska. Partiendo de la Kamtchatka, que desde tiempos muy remotos era muy conocida de los chinos, hasta el punto de que éstos la dominaban. El viaje de China a América podía emprenderse durante la mayor parte del año, sin riesgo alguno, en canoa o en lancha abierta, sin perder de vista la tierra más que en cortos trechos. Desde Alaska, a lo largo de la costa americana hacia el Sur, el viaje es todavía más fácil. Una travesía como era sencilla comparada con las peregrinaciones hacían los sacerdotes budistas, sobre todo los que iban por tierra desde China a la India y viceversa. De China a América sería un viaje de placer comparado con la travesía que hizo Cristóbal Colón en 1492.
Para algunos, que vinieron misioneros budistas a México no se trata de simples hipótesis, sino de hechos perfectamente auténticos y de los cuales existen relatos cuya formalidad está garantizada.
Se conserva todavía la narración de la visita que hizo a la tierra de Fusang (América) el sacerdote budista Huí Shen, natural de Cophene, o Cabul, en el Afganistán, que era entonces el gran centro de los misioneros budistas. Este relato figura en los archivos imperiales de la dinastía de los Liang y garantizó su autenticidad el historiador chino Ma Tuan Sin.
Dicho relato cuenta que el misionero Hui Shen, en el año 499 de nuestra era regresó de Fusang (América) a China y le llevó al emperador Yung Yuan varios objetos muy curiosos traídos de Fusang, entre los cuales había una cosa que parecía seda, pero cuyos hilos soportaban mayor peso que la seda sin romperse; evidentemente se trataba de la fibra, ixtle, del agave mexicano. También regaló al soberano un espejo que medía 30 centímetros de diámetro, que tenía propiedades maravillosas y que, según la descripción, era igual a los que se usaban en Méjico y en otras localidades de América en aquel tiempo.
El emperador trató al misionero como si fuese un embajador del país de Fusang y encargó a un señor de su corte, llamado Yu Kie, que le interrogase respecto al país y a sus viajes, que escribiese la historia de estos viajes. Así se hizo, y así fue como quedó un relato perfectamente autentico del primer viaje conocido que gente del viejo continente hizo al Nuevo Mundo.
Entre otras cosas, Yu Kie dijo que los pueblos de Fusang (América) ignoraban las doctrinas de Buda, pero que, durante el reinado del emperador chino Ta Ming (año 458 de nuestra era), cinco bikshus o monjes budistas de Cabul fueron allí, y recorriendo el país promulgaron el conocimiento de las doctrinas, los libros y las imágenes del budismo. Su labor fue fructífera y ordenaron muchos frailes entre los indígenas, y así reformaron, al estilo asiático, las costumbres y los usos de las gentes.
Hui Shen dio noticias interesantes acerca de las costumbres de aquellos pueblos, de su forma de gobierno, de sus ceremonias matrimoniales y funerarias, de sus comidas y de su manera de vestir, de sus sistemas de construcción, de cómo no tenían ejército organizado, ni armas, y, en conjunto, hizo una descripción de un país y de unas costumbres que no existían en ninguna de las islas del Pacífico, pero que concuerdan perfectamente con las de América en general y las de México en particular.
Existe en México la tradición de que en tiempos remotos visitó aquel país un personaje extraordinario, de tez blanca como la tienen los afganos, que vestía larga túnica y manto, que enseñó al pueblo a abstenerse del mal y a vivir pacíficamente y con sobriedad, y que, perseguido, desapareció misteriosamente. Se llamaba Wi-shi-pecocha, que es, probablemente, una corrupción del nombre de Hui Shen, bikhshu. (No puede ser otro que Quetzalcoatl, de quien unos pensaron que era el apóstol Santo Tomás).
Las costumbres y las creencias religiosas de los pueblos de México, Yucatán y del centro de América; su arquitectura, su calendario, sus artes y muchas otras cosas, incluyendo palabras, tales como las encontraron los españoles, ofrecen una serie notable de coincidencias con las creencias y las civilizaciones de Asia. Una observación notable es que Hui Shen se sirvió de la palabra Fusang, o sea agave, para designar a América, o quizás a Méjico, y resulta que la palabra México significa en la lengua primitiva del país “el lugar o la región del agave”
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